Junio es tiempo de muchas cosas bonitas: los primeros días largos, la promesa del verano… y, sobre todo, las Peonías. Esa flor que parece un suspiro hecho pétalo, que transforma cualquier rincón en algo mágico durante las pocas semanas que dura.
Cuando llegan, la floristería cambia de color y de ritmo. La gente se detiene más. Entran solo para mirar. Y muchas veces, para contarme pequeñas historias que nacen junto a estas flores.
“¿Tienes esas flores gorditas que parecen pompones?”
Eso me dijo una clienta hace unos días. Se refería, por supuesto, a las peonías. Me encanta cómo cada persona las ve a su manera: unas las llaman nubes, otras magdalenas, y hay quien dice que son “flores con alma”.
Esta clienta se llevó un ramo para un cumpleaños familiar. Al día siguiente volvió para contarme que lo pusieron en el centro de la mesa y que nadie se atrevía ni a moverlo. “Tenían miedo de estropearlo”, me dijo sonriendo.
Unos días, un recuerdo eterno
Hay quien me dice: “Sí, pero es que duran poco…”. Y es cierto. Pero también duran poco una canción que te emociona o una puesta de sol. A veces, lo breve es lo que más deja huella.
Una señora mayor, que viene a menudo, me lo resumió mejor que nadie:
—Eu non as levo para que duren. Lévoas para mirar para elas mentres duren.
¿Y tú? ¿Vas a dejar pasar las peonías otro año más?
Si nunca las has tenido en casa, este es el momento. Si ya las conoces, sabes que son imposibles de resistir.
Ven a verlas, a olerlas. No prometen eternidad, pero prometen belleza. Y a veces, eso basta.
Julio probablemente no haya o habrá poca variedad.
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